lunes, 15 de febrero de 2016

Amar más allá de la infidelidad - Parte 2



Sin duda alguna, nadie espera ni desea enfrentar una infidelidad. Pero algo que aprendí de este testimonio es que igual de infieles somos nosotras con el Señor, y Él en su gracia y misericordia nos perdona una y otra vez. ¿Por qué razón no habríamos nosotras de perdonar una infidelidad? Dios siempre nos restaura con su amor, no espera menos de sus hijas.


"Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él". 1 Juan 4:16


Comienza mi lucha

Dios puso gracia y misericordia en mi corazón, lo primero que hice fue perdonarlo, le dije que iba a luchar por mi matrimonio siempre y cuando él estuviera en la casa y aceptó. Nos abrazamos y lloramos juntos, me dijo que no entendía por qué actuaba así, si lo que esperaba de mí es que lo dejara y que le dolía hacerme sufrir. Definitivamente, Dios cambió mi actitud hacia él, puso amor y comenzó a cambiarme.

Al día siguiente, se despertó desesperado y me dijo que no quería estar conmigo sino con ella. Realmente, pensé el verso de Proverbios 6:7 que dice que la mujer de la calle es astuta. Comencé a llorar y orar en voz alta para que él me oyera porque se quería ir de la casa. Gracias a Dios reaccionó, entró a la casa y cerró la puerta. Llamé a nuestro Pastor y quedamos de vernos por la tarde.

Mi esposo iba muy molesto, cuando llegamos a la cita con el Pastor. Él le preguntó, si me amaba. Él le contestó que no, que a quién amaba era a ella, lo hizo en frente mío. Sentí como que me hubieran echado un balde con agua fría, quería que la tierra me tragara, fue duro escucharlo decir eso, si yo había sido su novia desde muy joven, comencé a llorar.

El pastor le preguntó: ¿Sabes lo que es el amor? Él no supo que responderle, le explicó que el verdadero amor está basado en 1 Corintios 13, que el amor era una decisión no solo una relación sexual, que el amor nunca dejaba de ser, que el corazón es engañoso y perverso (Jeremías 17:9). Escuchó al Pastor detenidamente, me miró y me pidió perdón, me dijo que lo ayudará  que se sentía enfermo y que lo ayudara. El temor a Dios siempre lo mantuvo en casa.

Seguí orando por mi esposo día y noche, a veces no podía ni dormir, llegue hasta enfermarme. Sentía que algo le faltaba a mis oraciones, comencé a pedirle a Dios por sabiduría porque no sabía como hacerlo. Él puso en mi corazón un libro que desde hacía como un año me lo habían regalado y que no había leído, "El Poder de la Esposa que Ora" de Stormie Omartian.

Comencé a hacer todas las oraciones del libro. Oraba por la mañana y la tarde, con desesperación y angustia, no podía dejar de llorar cada vez que oraba. También hacia oraciones cortas como: "Señor cámbialo", "Señor protegelo", "Señor salva nuestro matrimonio". Eran oraciones muy cortas, pero muy poderosas. Aprendí a aceptar a mi esposo de la forma que él es y a orar constantemente por él. La oración es el lenguaje primordial del amor.


Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de Él es mi esperanza. Salmos 62:5


Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder. 1 Corintios 4:20

Tenemos que poner nuestra mirada en Dios como fuente de todo lo que deseamos que suceda en nuestro matrimonio y no nos tenemos que preocupar de cómo sucederá. Orar es nuestra responsabilidad, responder es el trabajo de Dios. Dejémoslo en sus manos (eso es lo que aprendí del libro).

Aprendí que cuando oramos por nuestro esposo con la esperanza de que él cambie, los primeros cambios suceden en nosotras. Tú dirás: "¡un momento, yo no soy la que necesito cambiar"! Pero Dios conoce nuestros corazones y Él sabe en qué necesitamos mejorar, Él conoce nuestras actitudes, hábitos y Él desea que alejemos el pecados de nuestros corazones porque impide que nuestras oraciones sean contestadas.


"Si en mi corazón hubieses yo mirado a la iniquidad, El Señor no me habría escuchado." Salmos 66:18


Esto es difícil de aceptar, cuando piensas que tú esposo ha pecado contra ti con falta de amabilidad, respeto, indiferencia, irresponsabilidad, infidelidad, abandono, crueldad o abuso. Pero, Dios también considera pecado la falta de perdón, enojo, odio, ira, auto-compasión, venganza, falta de amor. Debemos confesar nuestros pecados y pedirle a Dios que aleje todo eso que nos haga daño. La herramienta más efectiva no es la transformación de tú esposo, sino la transformación que Dios hace en ti. Yo luché contra todo esto y gracias a Dios pudo transformarme primero a mi.

Dios empezó a trabajar en mi vida, se lo permití porque sola no podía, necesitaba de Dios para cambiar todo lo que había muerto en mi matrimonio. Habían momentos en que me sentía sola, pero sabía que Dios estaba conmigo. Me sentía fortalecida con las oraciones de mis hermanos en Cristo, mis amigas y familiares. Es doloroso morir a una misma, en especial cuando piensas que es la otra persona la que necesita cambiar más que tú. Pero ese mismo dolor te lleva a la vida y vez que Dios puede resucitar a tú matrimonio aunque parezca muerto, requiere que nos humillemos ante Él y queramos vivir de la forma que Él desea, siendo bondadosas y amando como Él nos ama.

Pasaron los días, mi esposo se quedo en casa. Sentía una gran inseguridad y temor, pero no dejaba de orar por él y cuando más desesperada me sentía, más me agarraba de Dios. No era fácil, mi esposo estaba allí en físico, pero su mente estaba con ella, seguía manteniendo comunicación y yo no lo sabía.

En esos días mi esposo estaba de vacaciones y yo salía a mi negocio. Le pedía a Dios que si mi esposo estaba haciendo algo a escondidas que me diera cuenta. Un día quedamos que él llegaría a la hora del almuerzo al negocio, pero no llegaba, comencé a llamarlo insistentemente y no me contestaba, mi corazón me palpitaba fuertemente, temía que estuviera con ella.

Llamé a mi mamá y llegó al negocio, también llamamos a un hermano de la iglesia que había estado pendiente de nuestro problema. Dieron las tres de la tarde y por fin mi esposo contestó mi llamada, le pregunté si estaba con ella, y me contestó que estaba en la casa. Me fui a la casa junto con mi mamá y el amigo, él se encerró en el cuarto. Sentía tanta rabia, porque yo estaba haciendo todo lo posible por salvar nuestro matrimonio y él no ponía de su parte, le dije muchas cosas hirientes, él solo lloraba con la mirada hacia abajo.

Nuestro amigo me pidió que los dejará solos para conversar, no sé que le dijo pero sin duda alguna sus palabras y oraciones fueron poderosas, pero cuando mi esposo salió me abrazó, lloró y me pidió perdón; claro que lo volví a perdonar, no me pregunten cómo, porque eso solo el Señor lo sabe, antes solía ser una mujer muy orgullosa. Dios no permitió que él me siguiera engañando, sacó a la luz todo muy rápido.

Seguí cada día orando y luchando. Sus vacaciones finalizaron y debía regresar a su trabajo, a la boca del león, porque la persona con la cual me engaño era una compañera de trabajo, por lo que para él iba a ser una gran lucha. Mi oración era: "Señor, te pido que fortalezcas a mi esposo para que pueda vencer la tentación que venga a su camino. Quitala de su mente y de su corazón, librálo del adulterio. Amén". El cuando salía del trabajo, me recogía en el negocio y nos íbamos a la casa, desde entonces, él corto toda relación con ella.

No crean que fue fácil, fue una lucha grande para él y para mi, seguía muy frío y grosero conmigo. Tuve un sangrado muy raro y me hice una prueba de embarazo, la cual dio positiva, lo llamé y le conté y no se alegro. Fui al doctor y confirmó que en efecto estaba embarazada, me mandó a reposar porque no dejaba de sangrar. A mi esposo le daba igual, estaba indiferente, no le importaba y eso me mataba. Caí en depresión, pero no dejaba de orar, realmente agarré cayos en mis rodillas. Sólo eramos Dios y yo, mis versos de guerra fueron:



Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en Él. Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen. Salmos 34:8-9


Sentía que Dios me tenía agarrada de su mano, dándome aliento y fortaleza para continuar. Cómo a las diez semanas comencé a sangrar con un dolor bien fuerte, fui al seguro y el doctor me diagnostico un embarazo etopico, el bebe se había formado fuera de la placenta y estaba pegado en una de las trompas, tenían que operarme de emergencia. Me sentía deprimida, le pedía a Dios que se hiciera su voluntad.

Estuve interna tres días, él llegaba a la hora de visita, pero lo sentía tan distante. Cuando me dieron el alta, me fui a la casa de mi mamá porque en mi casa nadie podía cuidarme. No dejaba de orar, me sentía tan desvalorizada, pero aún en ese momento de oscuridad que estaba viviendo Dios estaba conmigo y mi mamá fue de mucho ánimo, también los hermanos de la Iglesia que me visitaban.

Él llegaba después de su trabajo, me llevaba cosas para comer, luego se excusaba que estaba muy cansado y se iba para la casa. Me dolía su indiferencia. Así estuvo por una semana, hasta que decidí hablar con él, estaba dispuesta a lo que fuera, todo me daba igual desde la perdida del bebé. Cuando se lo dije, me dijo que lo perdonará y qué más quería yo de él. Le respondí que lo que quería era amor y cariño y no seguir en la misma situación, ya tenía seis meses de aguantar y sólo quería recuperarme para ver que hacia con mi vida. No me dijo nada, solo se levantó y se fue.

Sentía que ya no podía más, perdí hasta las esperanzas que él cambiara, empezaba a visualizarme sola en la vida. Al día siguiente, llegó a la casa de mi mamá con una actitud diferente. Estaba más tranquilo, como yo casi solo acostada pasaba, él comenzó a ayudarme a levantarme o a acostarme, se quedaba más tiempo conmigo y se acostaba a mi lado. Volví a sentir mariposas en el estómago como cuando eramos novios, que rico era sentir eso de nuevo.

Nuestras vidas continuaron y siguieron las pruebas. Al año, volví a salir embarazada, pero perdí el bebé a los ocho meses de gestación porque me dio preclancia y Dios en su voluntad decidió llevárselo. Fue muy duro, pero Dios siguió alentándome y fortaleciéndome, como matrimonio está perdida nos unió más.

Pero la gracia de Dios no terminó allí, a los tres años, volví a salir embarazada (pensarán que aguante) y está vez, Dios si nos hizo el milagro y pudimos tener una hermosa princesa que es nuestra alegría y llena de sonrisas nuestro hogar. Dios ha sido bueno conmigo y fiel.

Dios puede hacer lo mismo en tú matrimonio, pídele que cambie a tu esposo. Él es poderoso para tomar ese que ahora tienes y hacerlo una nueva criatura en Cristo. Los cónyuges no están destinados a discutir, estar separados emocionalmente, a vivir en muerte matrimonial, a ser infieles o a estar divorciados. Nosotras, tenemos el poder de Dios de nuestro lado, no tenemos por qué dejar nuestro matrimonio a la suerte, podemos luchar por ello y no rendirnos.

1 comentario:

  1. Hermana me llena de gozo la victoria q has tenido !! que bueno es el SEÑOR ! El SEÑOR te formo como una guerrera . me ha hecho llorar tu testimonio y pensar q en DIOS todo es posible

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