sábado, 13 de febrero de 2016

Amar más allá de la infidelidad - 1 Parte



Cuando pensamos en el Día del Amor y la Amistad, viene a nuestra mente una cena romántica a la luz de las velas, rosas, chocolates, tarjetas, poemas, diferentes formas de expresar el amor hacia nuestro ser amado. Contemplamos solo lo hermoso y sublime que es el amor, pero que sucede cuando el amor es puesto a prueba.

Pensando en un artículo que compartir en está fecha, vino a mi mente la frase "el amor todo lo soporta". Me hice la pregunta: ¿Qué soportaría por amor? Una enfermedad, una separación o una infidelidad. Recordé el testimonio de una amiga y de las diversas pruebas que tuvo que enfrentar en su matrimonio junto a su esposo. Le pedí si podía contar su historia, que lo conversara con su esposo si él estaba de acuerdo, lo publicaría.

A los pocos días me dijo: "mi esposo dijo que sí". Me contó, que cuando comenzó a escribir su testimonio, había momentos difíciles de narrar, que lloraba, oraba y paraba para agarrar fuerzas y seguir escribiendo. A continuación les relato su testimonio, deseo que sea de edificación para sus vidas como lo fue para la mía. Ningún matrimonio está exento de la infidelidad, es la pura gracia de Dios que nos mantiene unidos y fortalecidos.

***************

No era una ayuda-idónea

Tengo quince años de casada. Desde nuestro primer año de matrimonio afrontamos problemas, era un caos completo. Ambos trabajábamos, mi horario era más extenso que el de mi esposo. Cuando llegaba a casa, me sentía demasiado cansada tan sólo quería dormir, como solía hacerlo cuando estaba soltera. Pero ahora que estaba casada, debía hacer mis labores del hogar.

Compartíamos muy poco tiempo juntos y la mayor parte era para discutir. Nos costo acoplarnos el uno al otro, ya que no es lo mismo el noviazgo que el matrimonio. Económicamente, tampoco estábamos bien, ya que habíamos adquirido deudas para poder casarnos y comprar algunos enseres para la casa, eso empeoraba nuestra situación.

Mi esposo quería que dejara de trabajar, yo no quería dejar de hacerlo, así que tuvimos que pedir consejo. El siempre estaba sólo, yo ni siquiera me reunía en la iglesia por falta de tiempo. Nos aconsejaron que sí, debía dejar de trabajar y fue para bien, porque si hubiésemos seguido a ese ritmo, nos hubiéramos separado.

Al año de estar casados, salí embarazada, pero tuve un aborto espontáneo. Perdí al bebe, pero eso nos unió más. A los siete meses volví a salir embarazada, pero también lo perdí. Para mí era muy difícil, no comprendía lo que estaba pasando y caí en depresión. Mi esposo, siempre estaba allí apoyándome y eso nos unía más. Él cada día buscaba más a Dios, crecía en sabiduría. En cambio yo, estaba alejada de Dios, mi relación era superficial, me sentía enojada con Dios, no quería reunirme en la iglesia ni en el grupo de crecimiento. Mi esposo iba solo y les pedía a los hermanos que oraran por mí para que cambiara mi actitud.

Nuestra vida siguió, ya casi no discutíamos, pero yo siempre me sentía enojada con malas actitudes. Mi esposo muy sabio, callaba y no discutía conmigo. Él hacia todo lo posible por llevar la fiesta en paz; era muy cariñoso y romántico, antes de salir a trabajar me dejaba versículos o tarjetitas pegadas en el espejo del baño o chocolates. En cambio yo, me afanaba con la casa, esa era mi prioridad no Dios ni él; es triste decirlo, pero cuando él quería tener intimidad conmigo, yo siempre estaba cansada, me negaba y aun así, él siempre era comprensivo.

Nuevamente, empecé el tratamiento para volver a salir embarazada, eso me ponía ansiosa. Volví a salir embarazada, me sentía tan emocionada. Pero la alegría no me duro mucho, cuando fui al chequeo médico, en el ultrasonido salió que mi bebe se deformó, no se escuchaban los latidos, no tenía corazón y debían hacerme un legrado. Fueron tiempos muy duros, ya teníamos cuatro años de casados y ya había tenido tres abortos.

Tuve que ponerle un alto a mi vida, me senté y le pedí perdón a Dios, ¿quién era yo, para reclamarle a Él? Si Él es el dueño de todo ¿Por qué tenía que enojarme con Él, si esa era su voluntad? Me humille ante Él y cambio mi actitud, comencé a reunirme en la Iglesia. Dios escuchó las oraciones de los hermanos.

Comenzamos a servir juntos en la Iglesia con mi esposo, lo reconocieron como diacono.  Mi esposo estaba enfocado en crecer, servir y aprender de Dios. En cambió yo, lo hacía mecánicamente. No leía la Biblia, me sentía vacía, frustrada, me quejaba de todo y de todo buscaba pleito, no era su ayuda idónea. Aun así, mi esposo siempre me comprendía y me trataba como cuando éramos novios.

En 2006, nuestro matrimonio se vino a pique. Uno de los errores que cometí, fue que cuando nos enojábamos o peleábamos siempre le pedía el divorcio y le decía que me iba a ir muy lejos. Lo hice sentir tan frustrado, que llegó a decirme que ya no le importaba que me fuera si quería.

Al poco tiempo, él comenzó una relación amorosa con una compañera de trabajo (yo no lo sabía). Cambio totalmente conmigo; era indiferente, grosero, irónico, salía bastante, comenzó a llegar tarde a la casa y salía más temprano de lo normal, mentía y era muy frío. En la Iglesia y en el grupo de crecimiento, aparentábamos que todo estaba bien y normal. Aunque no era real lo que vivíamos en casa. Yo empecé a sospechar, pero sentía miedo de enfrentar la realidad y preferí quedarme callada y sufrir.

Comenzó a decirme que me daría cierta cantidad de dinero para poner un negocio, porque no pensaba seguir manteniéndome. Fue un golpe bajo para mí, no me lo esperaba, no acepté su propuesta, sino que por mi cuenta inicie el negocio. Pensaba en cómo enfrentarlo y confrontarlo con lo que estaba pasando, necesitaba saberlo.

Un día, le dije que después de la cena necesitaba hablar con él, pero me evadió por completo. Al día siguiente, le dije lo mismo. Agarré valor y le pregunté: ¿Qué le pasaba conmigo, si ya no me amaba? Me temblaba todo el cuerpo, me miro con lágrimas en los ojos y me dijo que estaba con otra persona. ¡¡¡No podía creer lo que estaba escuchando de mi esposo y comencé a llorar, le pedí que se fuera de la casa!!!.

Llamé a unas amigas de la Iglesia, una de ellas fue a recogerme a mi casa, oramos y lloré, me quedé durmiendo en su casa. Fue una noche muy larga, no me cabía en la mente, sentía mi corazón tan chiquito y lleno de dolor, no podía dejar de llorar. A la mañana siguiente, decidí irme a mi casa, mi esposo aún estaba ahí. Comencé a reclamarle con mucha rabia y dolor en mi corazón, él se quedó callado con su rostro agachado, tan sólo me dijo que no me preocupara, que él era el que había fallado, que iba a irse.

Dios es tan lindo, siempre tuvo el control de la situación. Cuando él estaba alistando sus cosas para marcharse, sonó el teléfono, era uno de los pastores de nuestra Iglesia. Me pidió hablar con él, pero él no quería, ante la insistencia del pastor accedió y quedaron de verse. Desde allí en adelante, Dios tomó el control de mi matrimonio.

Cuando mi esposo vino de hablar con el Pastor, venía más calmado y no quería irse de la casa. Comenzamos a platicar, me abrazó y lloramos juntos, me dijo que me amaba, pero que no sabía como explicarme lo que había sucedido y que le dolía verme sufrir. Al día siguiente, el pastor habló conmigo, me dijo que en un matrimonio no solo una de las partes tiene culpa, porque se conforma de dos personas más Dios, y que primeramente le fallamos a Dios antes que a nuestro cónyuge.

Él me puso las cartas sobre la mesa, yo sabía que también había fallado (estaba consciente de eso), y pensaba que en parte era porque no le había podido dar hijos. Me hizo dos preguntas claves: 1) ¿Amas a tu esposo? y 2) ¿Estás dispuesta a luchar por tu matrimonio? Mis respuestas fueron: "Aunque me duela tanto está situación, sienta rabia y mucho dolor, “si, lo amo” y “si estoy dispuesta a luchar por mi matrimonio”.

Entonces me dijo, que si estaba dispuesta  no se trataba sólo de perdonarlo y ya se solucionaba todo. No era así, que era cuando mi lucha iba a comenzar contra el enemigo…

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Efesios 6:12

Hasta ahí, no comprendía la magnitud de lo que el Pastor me estaba explicando.


Continua leyendo la segunda parte de este impresionante testimonio...

No hay comentarios:

Publicar un comentario