martes, 22 de diciembre de 2015

Del pesebre a la cruz



Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Quizá nada lo demuestra más claramente que la encarnación del hijo de Dios, Jesús. Su nacimiento fue el de un humilde plebeyo y su muerte fue la de un criminal. Él nació en la compañía de los animales en un establo. Él murió en la compañía de ladrones en una cruz manchadas con su sangre. Los dirigentes políticos de su país intentaron asesinarlo cuando a penas era un bebé. Pero fueron los líderes religiosos, 33 años después, quienes finalmente concluyeron lo que Herodes había fallado. Su familia huyó a Egipto cuando era un niño. Sus amigos huyeron de él durante su juicio.


A pesar de un humilde nacimiento y una muerte vergonzosa, Jesús hizo lo que se propuso hacer. Él comenzó su vida con un corazón puro. En la muerte, ofreció su vida pura, para darnos salvación. Los Ángeles irrumpieron en alabanza en su nacimiento. La tierra tembló en la injusticia de su muerte.


El mundo, al igual que hoy, no estaba impresionado por su nacimiento, tampoco por su muerte. Nuestra Cultura no se preocupa por el hijo de Dios encarnado. Importa aún menos obedecer sus mandamientos. Jesús no deja un rastro de victorias alcanzadas en batallas como los hombres que cuenta la historia, aunque haya vencido a la misma muerte. Él no se juntaba con los ricos y famosos. Él llevó una vida de pureza, perfección y adoración. Él obedeció cuando no quería hacerlo. Él amaba lo que odiamos . Odiaba lo que amamos (el pecado). 


Del pesebre a la cruz no vivió para nuestra alabanza, pero sí para la alabanza de su Padre. Del pesebre a la cruz vivió una vida que por su vida, tuviésemos vida eterna.
Del pesebre a la cruz cuanta la más grandiosa historia de sacrificio y amor para que tuviéramos salvación.

Del pesebre a la cruz, el humilde niño que nació para morir en una cruz como un criminal, es mi Rey y El vive en mi corazón.

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