La buena nueva llegó a María de parte del ángel le fue anunciado, en medio de la confusión de que sería madre sin haberla desposado. No dudo en cumplir el mandato y de ella Elisabet exclamó: “Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor”.
A José le fue revelado que debía
permanecer a su lado, pues del Espíritu Santo había engendrado quien sería el
Salvador tan esperado.
María sorprendida veía como su vientre crecía, mientras abrigaba
en su corazón la promesa. No se creyó digna de haber sido elegida, al contrario
fue una obediente sierva en cada momento de su vida.
Se promulgó un edicto, debían ir a
empadronarse a su ciudad natal. Salió junto a su esposo rumbo a Belén para
cumplir tal edicto. Por los polvorientos caminos, difíciles de transitar,
sentada en un burrito, la trayectoria tuvo que aguantar.
La ciudad estaba llena personas que habían
ido a empadronarse. Entre el cansancio por el difícil peregrinaje y su avanzado
embarazo, se acercó la hora del alumbramiento para María y no había lugar para
ellos en el mesón.
Lejos de su familia y amistades que
la pudieran atender, en un humilde pesebre él bebe tuvo que nacer. No había
quien festejase junto a los padres su llegada, no había quien le trajese un
presente, tan solo a su alrededor habían animales y al niño tuvieron que envolver en pañales.
¿Acaso no era el Salvador quien
nacería? ¿Acaso el niño no iba a ser proclamado rey? ¿Dónde está su reino con
sus súbditos? ¿Dónde está su corona y su grey?
No lejos de allí en un campo, unos
pastores cuidaban sus rebaños. Un ángel se presentó y la gloria del Señor los
rodeó de resplandor. Atemorizados recibieron la noticia que en la ciudad de
David había nacido el Salvador, que es Cristo el Señor.
Junto al ángel las huestes
celestiales, alababan y decían:
“Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”.
Al irse los ángeles, los pastores
dijeron: “Vayamos a Belén, veamos lo que
ha sucedido y que el Señor nos ha manifestado”. Vinieron, apresuradamente y
hallaron a María, José y al niño en el pesebre acostado.
Y todos los que oyeron, se
maravillaron de lo que los pastores decían. Y volvieron los pastores
glorificando y alabando a Dios por las cosas que habían presenciado.
Pasados algunos días unos magos de
oriente guiados por una estrella llegaron a Jerusalén para adorar al niño. Y al
entrar en la casa, le vieron con su madre María, postrándose lo adoraron y
abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: Oro, incienso y mirra.
¿Tan sólo tres presentes para el niño
que iba a ser rey? El niño Rey que debió nacer en un palacio real, que debió ser presentado con regocijo ante otros reinos... el niño Rey nació en un humilde pesebre, creció como tu o yo entre las injusticias de este mundo.
El niño Rey no vino a buscar riquezas y placeres, ni tampoco a ser alguien de renombre. El niño Rey se convertiría en un hombre y su vida ofrecería por amor a nosotros. ¡¿Qué?! El niño Rey vino a salvarme y en lugar de que yo le ofrezca un presente, el me ofrece el regalo de salvación y yo no sufra la eterna muerte.
El niño Rey no vino a buscar riquezas y placeres, ni tampoco a ser alguien de renombre. El niño Rey se convertiría en un hombre y su vida ofrecería por amor a nosotros. ¡¿Qué?! El niño Rey vino a salvarme y en lugar de que yo le ofrezca un presente, el me ofrece el regalo de salvación y yo no sufra la eterna muerte.
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