lunes, 23 de diciembre de 2013

El Baby Shower de Jesús




La buena nueva llegó a María de parte del ángel le fue anunciado, en medio de la confusión de que sería madre sin haberla desposado. No dudo en cumplir el mandato y de ella Elisabet exclamó: “Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor”.

A José le fue revelado que debía permanecer a su lado, pues del Espíritu Santo había engendrado quien sería el Salvador tan esperado.

María sorprendida veía como su vientre crecía, mientras abrigaba en su corazón la promesa. No se creyó digna de haber sido elegida, al contrario fue una obediente sierva en cada momento de su vida.

Se promulgó un edicto, debían ir a empadronarse a su ciudad natal. Salió junto a su esposo rumbo a Belén para cumplir tal edicto. Por los polvorientos caminos, difíciles de transitar, sentada en un burrito, la trayectoria tuvo que aguantar.

La ciudad estaba llena personas que habían ido a empadronarse. Entre el cansancio por el difícil peregrinaje y su avanzado embarazo, se acercó la hora del alumbramiento para María y no había lugar para ellos en el mesón.

Lejos de su familia y amistades que la pudieran atender, en un humilde pesebre él bebe tuvo que nacer. No había quien festejase junto a los padres su llegada, no había quien le trajese un presente, tan solo a su alrededor habían animales y al niño tuvieron que envolver en pañales.

¿Acaso no era el Salvador quien nacería? ¿Acaso el niño no iba a ser proclamado rey? ¿Dónde está su reino con sus súbditos? ¿Dónde está su corona y su grey?

No lejos de allí en un campo, unos pastores cuidaban sus rebaños. Un ángel se presentó y la gloria del Señor los rodeó de resplandor. Atemorizados recibieron la noticia que en la ciudad de David había nacido el Salvador, que es Cristo el Señor.

Junto al ángel las huestes celestiales, alababan y decían: 

Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”.

Al irse los ángeles, los pastores dijeron: “Vayamos a Belén, veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha manifestado”. Vinieron, apresuradamente y hallaron a María, José y al niño en el pesebre acostado.

Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores decían. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por las cosas que habían presenciado.

Pasados algunos días unos magos de oriente guiados por una estrella llegaron a Jerusalén para adorar al niño. Y al entrar en la casa, le vieron con su madre María, postrándose lo adoraron y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: Oro, incienso y mirra.

¿Tan sólo tres presentes para el niño que iba a ser rey? El niño Rey que debió nacer en un palacio real, que debió ser presentado con regocijo ante otros reinos... el niño Rey nació en un humilde pesebre, creció como tu o yo entre las injusticias de este mundo.


El niño Rey no vino a buscar riquezas y placeres, ni tampoco a ser alguien de renombre. El niño Rey se convertiría en un hombre y su vida ofrecería por amor a nosotros. ¡¿Qué?! El niño Rey vino a salvarme y en lugar de que yo le ofrezca un presente, el me ofrece el regalo de salvación y yo no sufra la eterna muerte.

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