Los niños son
como esponjitas pueden llegar a absorber todo lo bueno o lo malo que ven y
escuchan de sus padres. Tengo tres niños en edades escolares. A la niña le
gusta mucho la parte artística y es muy buena pintando, su hermano que le sigue
es muy aplicado y tiene excelentes promedios en la escuela, el menor es un
apasionado del futbol probablemente tendrá destrezas para los deportes.
Resulta muy
fácil que los niños encuentren su identidad envuelta en valores externos, tales
como lo que hacen, como lucen o cómo se comportan porque a menudo es lo que
nosotros como padres o sus profesores de escuela alabamos. Aplaudimos si son
lindos y hacen cosas graciosas, si meten goles o si se esfuerzan por ganar una
medalla al final del año escolar, por ejemplo.
El año pasado
mi hijo saco por segundo año consecutivo excelencia académica y la mejor amiga
de mi hija también. Mi hija se sentía un poco bajada por no haber conseguido
una, con mi esposo hablamos con ella, y la alentamos (no le exigimos) que si
deseaba obtener una medalla debía esforzarse más, en lo que va de este año sus
promedios han mejorado considerablemente.
¿Qué hubiera
pasado si le hubiéramos exigido que mejorara sus promedios? Probablemente, la
hubiéramos bloqueado y frustrado con nuestras demandas.
¿Qué pasa con
los niños que no son lindos, ni entretenidos, que no destacan en la escuela ni
en ningún deporte? Seguramente, se sentirán rechazados, ignorados, mediocres,
serán blanco perfecto para el bullying de sus amigos. ¿Por qué? Porque si no son alentados por sus padres a
quienes les deberían de importar, quien más lo hará.
No hagamos
comparaciones entre nuestros hijos, no tengamos preferencia por alguno de ellos.
Eso solo acarreara discordia y odio entre hermanos. ¿Te acuerdas lo que le
sucedió a José por ser el hijo favorito de su padre? Provoco que sus hermanos
le tuvieran envidia al grado que lo vendieron como esclavo y le mintieron a su
padre al decirle que había muerto.
Dios no nos
ama más o menos por la forma como desempeñamos los dones o talentos que Él nos
dio, a todos nos ama por igual, con nuestras fortalezas y debilidades. En El
somos aceptados y amados incondicionalmente. Tenemos una identidad que no puede
ser cambiada:
“Más vosotros sois linaje escogido,
real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis
las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable”. 1
Pedro 2:9
Esa misma
identidad que Él nos dio, es la que debemos transmitir a nuestros hijos, no la que
nosotras deseamos programar en ellos. Si deseamos ayudar a que ellos se den
cuenta de su verdadera identidad y aceptación en Cristo, debemos comenzar
aplicándolo en nuestra propia vida.
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