El vivir para nuestros hijos va a arruinar nuestra vida y la de ellos. Si nuestras esperanzas y sueños están ligados a los de nuestros hijos, será decepcionante e incluso tendrá un final amargo. Si esperamos que los niños nos proporcionen la comodidad y el apoyo que sólo puede venir de Dios, saldremos profundamente heridas. Dios no desea que tengamos otros dioses delante de él. Dios no desea que pongamos a alguien más en primer lugar en nuestras vidas. Su primera lealtad debe ser a Dios y sólo a Dios.
Los niños que se han convertido en los únicos objetos de los sueños y aspiraciones de sus padres no pueden soportar ese terrible peso. Este enfoque desequilibrado del niño es en realidad una forma de abandono relacional. No son los niños que están siendo atendidos, sino los propios intereses de los padres.
Los padres, que aman a Dios, que aman a su cónyuge, preparan a sus hijos para el mundo peligroso que está esperando por ellos, el hacer otra cosa fuera de esto, hará que su amor para sus hijos sea para su propio beneficio. El intentar vivir la vida a través de nuestros hijos, nos consumirá y a ellos también. ¡No vivamos para nuestros hijos. Vivamos para Dios!
Si no podemos amar a Dios en primer lugar, no seremos capaces de amar de verdad a nuestros hijos. Enseñemosles incluso a los más pequeños, que no son el centro del mundo. Dios ya ha afirmado su posición y no la quiere compartir con nadie.
"La vara y la corrección imparten sabiduría, pero el hijo consentido avergüenza a su madre". Proverbios 29:15
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