Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quién él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Juan 19:26
Hubo días en
que nada opacaba la alegría de María de ser madre. Aquella joven que con
humildad había aceptado la responsabilidad de ser la madre del Salvador del
mundo; que lo había criado guardando en su corazón lo que El habría de hacer
algún día por la humanidad, estaba ahí… acongojada al pie de la cruz viendo
como su hijo estaba siendo crucificado injustamente.
Nadie la había
preparado para este momento tan doloroso, su hijo estaba muriendo frente a sus
ojos sin que ella pudiera hacer algo.
De una u otra
forma cada madre carga una cruz a cuestas. Quizás sea el hijo que está lejos de
la fe, envuelto en vicios y en los placeres de este mundo. Tal vez sea el
esposo que la abandonó y la dejó sola criando a sus hijos. O podría ser la
enfermedad que ese pequeño o pequeña está padeciendo sin que tú puedas aliviar
su dolor.
La cruz que
sólo tú y Dios conocen, que lleva consigo las incomprensiones, ingratitudes o
desprecios inmerecidos, Jesús ya la cargó por ti en la cruz.
Él no es
indiferente a nuestro dolor. El vio cuanto dolor sufrió su madre al verlo
crucificado, y desde la cruz le dijo: “Mujer,
he ahí tu hijo”, el haberle dicho “madre”
en ese momento le hubiera causado un dolor más profundo. El quería que ella
sintiera consuelo y protección cuando la encomendó a Juan.
Jesús no
olvidó a su madre, al igual que no se olvida de ti cuando acudes a Él con tus
congojas, tristezas, padecimientos, dolor. El desea que encuentres paz y
consuelo, porque todo eso ya lo cargó en la cruz, murió y resucitó para darnos
salvación y vida eterna.
“Entonces Jesús le dijo a sus discípulos: Si algunos quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24
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