lunes, 21 de abril de 2014

La Cruz de una Madre



Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quién él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Juan 19:26


Hubo días en que nada opacaba la alegría de María de ser madre. Aquella joven que con humildad había aceptado la responsabilidad de ser la madre del Salvador del mundo; que lo había criado guardando en su corazón lo que El habría de hacer algún día por la humanidad, estaba ahí… acongojada al pie de la cruz viendo como su hijo estaba siendo crucificado injustamente.


Nadie la había preparado para este momento tan doloroso, su hijo estaba muriendo frente a sus ojos sin que ella pudiera hacer algo.


De una u otra forma cada madre carga una cruz a cuestas. Quizás sea el hijo que está lejos de la fe, envuelto en vicios y en los placeres de este mundo. Tal vez sea el esposo que la abandonó y la dejó sola criando a sus hijos. O podría ser la enfermedad que ese pequeño o pequeña está padeciendo sin que tú puedas aliviar su dolor.


La cruz que sólo tú y Dios conocen, que lleva consigo las incomprensiones, ingratitudes o desprecios inmerecidos, Jesús ya la cargó por ti en la cruz.


Él no es indiferente a nuestro dolor. El vio cuanto dolor sufrió su madre al verlo crucificado, y desde la cruz le dijo: “Mujer, he ahí tu hijo”, el haberle dicho “madre” en ese momento le hubiera causado un dolor más profundo. El quería que ella sintiera consuelo y protección cuando la encomendó a Juan.


Jesús no olvidó a su madre, al igual que no se olvida de ti cuando acudes a Él con tus congojas, tristezas, padecimientos, dolor. El desea que encuentres paz y consuelo, porque todo eso ya lo cargó en la cruz, murió y resucitó para darnos salvación y vida eterna.


“Entonces Jesús le dijo a sus discípulos: Si algunos quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24

jueves, 3 de abril de 2014

Instrucción o Rebeldía





Para que sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos. Salmos 78:6-7


Una de las responsabilidades que Dios le dio a los Israelitas era que debían enseñarles a sus hijos a guardar los mandamientos y conocer las maravillas que El había hecho con su pueblo.


Algunas de las razones por la que debían hacerlo, las encontramos en el Salmo 78...


1. Para que las generaciones venideras pongan en Dios su confianza.
2. Para que guarden sus mandamientos.
3. Para que no sigan el mal ejemplo de sus padres que fueron una generación contumaz y rebelde.
4. Para que tengan un corazón dispuesto y fiel a Dios.


El salmista resalta como ejemplo a la tribu de Efraín (verso 9) que guardaron el pacto de Dios ni quisieron andar en su Ley, sino que se olvidaron de sus obras y de las maravillas que El les había mostrado.

Tristemente vemos en nuestros días como los jóvenes son atrapados en redadas consumiendo drogas o alcohol, como forman parte cada vez a más temprana edad de maras o pandillas, como las jovencitas a edades de catorce años comienzan a tener relaciones e hijos... ¿acaso no es ya una generación contumaz y rebelde que lo que menos le tiene es temor a Dios?


Seamos madres sagacez y valientes como lo fue Jocabed en su tiempo, enseñemos a nuestros hijos a:


1. Contarles nuestro testimonio para que ellos conozcan de dónde nos saco Dios y cuan grandes cosas ha hecho en nuestras vidas.
2. Tratarlos con el mismo amor y misericordia que Dios nos muestra.
3. Instruirlos continuamente en la Palabra.
4. Asegurarnos en darles el mensaje de salvación desde temprana edad.


La instrucción espiritual de nuestros hijos es nuestra responsabilidad no esperemos que otros lo hagan o peor aún que sean atrapados por está generación rebelde y decadente.